LAS CRISIS
Cuando la vida nos pone delante de situaciones difíciles y dolorosas podemos adoptar dos actitudes muy diferentes y que van a determinar cómo la vivimos, abordamos y superamos.
La actitud de víctima: aquella que nos lleva a preguntarnos “¿por qué?, ¿por qué a mí?, ¿por qué esto?, ¿por qué en este momento?”.
Cuando enfocamos la vida desde el victimismo, ineludiblemente hay que buscar un culpable fuera, pues toda víctima necesita un verdugo, que puede ser cualquiera: el marido, la mujer, los hijos, los amigos, etc. Alguien a quien responsabilizar de lo que me pasa. Culpamos al otro, y nos encanta: “es que tú….”, “por tu culpa….”, “si no fuera por lo que has hecho…..”, etc. Así, caemos en la rabia, en el odio y, lo peor de todo, en el inmovilismo. Cuando el otro es el culpable, el responsable y yo soy una pobre víctima del otro, del mundo o de Dios, no puedo hace nada salvo lamentarme y quejarme de mi suerte.
Sin embargo, ante la diversidad y las dificultades, tenemos la opción de adoptar la actitud del aprendiz. El aprendiz es quien asume que no sabe ni entiende todo y, por tanto, entiende que tiene que ver el problema en su conjunto. El aprendiz se pregunta “para qué ha pasado esto y qué puedo aprender de lo ocurrido”. El aprendiz no tiene miedo a ver sus propios errores y se considera parte y participante de lo ocurrido. Solo así, asumiendo su parte de responsabilidad en los hechos, adopta la actitud correcta para la mejor resolución del problema o la dificultad.